miércoles, 7 de septiembre de 2011

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Mis padres nunca fueron de esos que asustan a sus hijos con la aparición del cuco en las noches o con las penas de espíritus atorados en la tierra. Al contrario, siempre hicieron de todo para que entendiera que en este mundo se le "debe tener más miedo a los vivos que a los muertos". 




Con toda la racionalidad humana del planeta caí en la cuenta de que claro, los fantasmas no existen... sin embargo, casi lastimosamente, la curiosidad y la muerte de mi abuelo me llevaron de un lado para otro con el tema de las energías, de la metafísica, las reencarnaciones, los símbolos etc. y fue así como un lugar al que de púber le tenía más que pánico entrar, se convirtió en uno de mis lugares favoritos para pasear. El cementerio.
Cada vez que voy a uno me entra una sensación de curiosidad y de escalofríos pero al mismo tiempo el leer las lápidas, el ver cómo es que la familia mantiene presente u olvidada a lo que fue una persona, sacar conclusiones de soledades muertas o acompañadas, no se, como que activa una sensación en mi de alivio. De saber que ese es un lugar de memorias, de que uno va al cementerio a recordar a ese otro desaparecido de este mundo para que nunca se desvanezca de uno mismo. 


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