lunes, 19 de agosto de 2013

Iquitos

Cuando cumplí 16 salí corriendo de Iquitos, como si detrás de mi estuviera el tunchi o la llorona. No huía del espacio, huía de la gente con la que nunca pude encajar. Año tras año volvía de visita, y año tras año veía como esta ciudad iba cambiando. Ahora la veo convertida en una ciudad nostálgica, con sus edificios enmohecidos, con sus héroes olvidados o inventados en cada plaza, con su basura de etiquetas de coca-cola y sus piletas pomposas estacionadas en una plaza de rejas. 

Ahora cuando camino me siento extranjera, ya no reconozco nada como mío. Las calles en las que jugué ya son de otros y engañan a mis recuerdos porque ya no se parecen en nada a lo que fueron. La ciudad esta creciendo con desenfreno y desorden. El ruido ya reemplazó a cualquier silencio de madrugada y la gente se ve más separada que nunca, los que invaden y los que juzgan su invasión. 

Nadie parece darse cuenta que debajo de toda esa mugre hay una belleza más allá de lo verde, que también, poco a poco, se va convirtiendo en gris.